¿En verdad la lectura es placentera en la escuela?

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Juan Samaniego Froment
Eduapasionado

Cuando se plantea esta pregunta a los maestros, destacan múltiples respuestas que suelen girar alrededor de un denominador común: “a los niños de ahora no les interesa la lectura y es muy difícil motivarlos en el aula”.   Parecería entonces que el problema radica en la falta de interés de los niños y en  “la influencia del contexto,  el internet y las familias que no los motivan”, como también suelen recalcar los maestros y las autoridades educativas.

 Lo cierto es que la desmotivación por la lectura en las escuelas, ha devenido en múltiples y creativas actividades de animación que los maestros planifican e implementan en las aulas y que, pese a ellas, el interés de los niños no se prende y el publicitado placer por la lectura no llega.

Sabemos que un aspecto consustancial al desinterés que tienen los chicos por los libros es la falta de destrezas inherentes a la comprensión lectora.  Buena parte de la desmotivación guarda relación con un sistema que no enseña a leer y a comprender lo que se lee. No puede haber motivación si no hay comprensión. Pero desarrollar las capacidades de comprensión lectora no basta para hacer de la lectura una aventura placentera en la escuela. Hay otras dimensiones que deben considerarse: 

En el aula se expresan dos maneras de entender el mundo de la lectura: una que enfatiza en el poder absoluto del libro, que prescribe enseñanzas y somete al niño y al joven a valoraciones prestablecidas; y otra que estimula la libertad del lector y su don de cazador furtivo de ideas y emociones, como lo señala Michelle Petit.  Precisamente es esa libertad del lector – cazador de sentidos, la argamasa del placer de la lectura.

Lo cierto es que motivar a la lectura tiene que ver con promover una relación de complicidad entre el libro y el lector y de encuentro entre el maestro y el alumno, es decir,  alumnos que  se emocionan con la emoción del maestro por la lectura y construyen sus propias emociones.  Nada más lejano a la complicidad y al encuentro que un aula de Literatura que homogeniza y enfatiza en el mensaje único  antes que en la pluralidad de opiniones sobre la lectura, o  que promueve el culto a juicios de valor externos antes que la diversidad de percepciones, sensibilidades y  expresiones de los propios lectores, los jóvenes.

Motivar a la lectura implica una relación de confianza entre el maestro y el estudiante.  El placer por la lectura no se forja  en un clima de relaciones autoritarias en el aula. Motivar la complicidad del estudiante con un texto, implica conocerlo, emocionarlo y  acompañarlo valorando sus propias creencias. La verdad, sin embargo, es que la clase de literatura sigue atrapada por formas autoritarias de relación maestro – alumno, que  contradice el discurso del placer de la lectura.

Los libros pueden ayudar a los niños y jóvenes a ser sujetos de su propia vida y a forjar una intimidad que se rebela ante discursos represivos. Motivar el encuentro con los libros requiere de espacios escolares de respecto y valoración, de diálogo y de pluralidad. Motivar a la lectura no se reduce al desarrollo de metodologías que fomentan la creatividad o el uso instrumental del lenguaje. Los chicos se forjan como lectores cuando perciben la pasión del docente frente a un texto, sin la mediación del control disciplinario, la calificación o el temor. En suma, cuando confían en su maestro. Este es el desafío de formar lectores en las escuelas.

NOTA:  Los contenidos expresados en este texto responden al criterio de sus autores y no necesariamente representan la opinión oficial de EDUPASIÓN ni de sus promotores.