¡Tengo una idea!

separator

Roque Iturralde – Para Edupasión

Suele suceder con cierta frecuencia.  Si estamos atentos (con los oídos observadores digamos) mientras nuestros niños juegan, el rato menos pensado alguno dice a los demás: ¡tengo una idea!   

Ahí arranca una nueva etapa del juego; el que tiene la idea, la cuenta con entusiasmo, propone a los demás asumir roles, actuar, imaginar, soñar, recrear el mundo. El juego solo termina cuando se agota el argumento, o cuando otro de los jugadores tiene otra idea que les seduce más. 

Y así, pobres de nosotros, parecería ser que esas niñas y esos pequeños se apropiaron de todas las ideas, su creatividad no tiene fin, mientras nosotros seguimos pasmados, sin saber qué hacer ante tanto ingenio.   Y nos preguntamos (¿nos preguntamos?) si nosotros éramos así.   Y, si lo éramos, cuándo dejamos de ser de esa forma, de jugar, de tener ideas.  

A veces pasa que nos empieza a aparecer una respuesta a esa pregunta, pero es tan sórdida que preferimos acallarla, no dejar que se presente, a veces comprendemos que fue en la escuela cuando por primera vez, al decir que tenemos una idea distinta a la que ya estaba oficialmente aceptada, nos mandaron a callar.